Por: Ruperto Alis / Imparcial RD
La República Dominicana continúa figurando entre los países con mayor tasa de mortalidad por accidentes de tránsito a nivel mundial. Datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Instituto Nacional de Tránsito y Transporte Terrestre (INTRANT) sitúan las muertes por siniestros viales por encima de las 3,000 víctimas cada año. No obstante, más allá de las cifras oficiales, existe una realidad incómoda que rara vez se aborda con seriedad: el deterioro de los neumáticos y la ausencia casi total de peritajes técnicos en los accidentes.
En el país, el cambio de llantas no responde a criterios de seguridad, sino al desgaste extremo. El neumático no se sustituye cuando caduca, sino cuando ya deja ver los alambres. Se ignora deliberadamente que el caucho tiene una vida útil limitada y que, con el paso del tiempo, pierde elasticidad, adherencia y capacidad de respuesta. Circular con gomas de más de cinco años —o con neumáticos usados importados que ya llegan cristalizados— no representa un ahorro económico, sino un riesgo latente.
Un vehículo equipado con neumáticos envejecidos o lisos puede duplicar su distancia de frenado, especialmente sobre pavimento mojado, una condición frecuente en el clima tropical dominicano. Lo que pudo ser un frenazo controlado se convierte, entonces, en un impacto inevitable, muchas veces mortal.
La dictadura de la “culpa automática”
A esta falla mecánica se suma una deficiencia aún más grave: la manera en que se determina la responsabilidad en los choques. En la práctica cotidiana, se ha normalizado una regla no escrita pero rígida: si el impacto es por detrás, la culpa es del que viene atrás. Sin análisis, sin contexto y, peor aún, sin peritaje.
Este enfoque reduce la justicia vial a una presunción simplista. Rara vez se investiga si el vehículo delantero frenó abruptamente por el estallido de una goma vencida, si carecía de luces de freno funcionales o si perdió adherencia por llantas sin labrado. Al omitir la evaluación técnica, el sistema termina castigando al conductor que pudo estar en regla y absolviendo al propietario negligente.
La consecuencia es doblemente dañina. Por un lado, se comete una injusticia individual; por otro, se distorsionan las estadísticas nacionales. Sin peritajes reales, no se identifican las causas mecánicas de los accidentes y se continúan diseñando campañas de concienciación que apelan únicamente a la prudencia del conductor, mientras miles de vehículos inseguros siguen circulando como auténticas bombas de tiempo.
Educación para no lamentar: la regla de los cinco años
La prevención no debe depender solo de la buena voluntad, sino de una cultura de responsabilidad. Adoptar normas básicas puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
Sugerencia educativa:
No espere a que el neumático esté completamente liso para cambiarlo. Aprenda a identificar el código DOT en el flanco de la llanta: los cuatro dígitos finales indican la semana y el año de fabricación. Si el neumático tiene más de cinco años, su capacidad de respuesta está comprometida, aunque el dibujo aparente buen estado. El caucho envejecido se cristaliza, pierde agarre y falla justo cuando más se necesita.
Conclusión
Es imperativo que el INTRANT y la DIGESETT avancen hacia un modelo de investigación técnica real, donde cada accidente incluya la revisión del estado de los neumáticos, la profundidad del labrado y la fecha de fabricación. Solo cuando la negligencia mecánica tenga consecuencias legales, comenzará a transformarse el parque vehicular del país.
Mientras ese cambio llega, la responsabilidad individual sigue siendo la primera línea de defensa. Revise sus llantas hoy. En el asfalto dominicano, demasiadas veces la verdad queda sepultada bajo la goma quemada.
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